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El oráculo y edipo.

Antidepresivos

Hospeda tu cansancio y cuéntale al tiempo, tu mejor silencio. Inyecta a Chet Baker y recuerda, 'Alone Together'

Publicado: 2017-05-28

Federico vivió, largos períodos, acéfalo hasta que despertó del vacío hereditario. Dicen que 'la razón no tiene sentido cuando se persigue un episodio contranatura. Si no es tu dolor, respira; no suspires'. Aquel, fue el sinuoso argumento de su descarriado progenitor que en el camino perdió su licencia, voluntariamente.

El apellido, Bondú. La condena, el significado. Su vida, menesterosa, surreal y cercada, estaba marcada por muchos 'dos'. Dos novias, dos padres, dos mascotas, dos trabajos, dos universidades. Además, acogió el hinduismo. Quería dos vidas. El típico perfil de una materia enigmática, explorable y geográficamente inubicable.

Fue un genio prematuro de política incorrecta. Por eso, las novias, desertaron. Los padres, se separaron. Las mascotas, murieron. Los trabajos, lo cesaron. Las universidades, lo expulsaron. Las vidas, hibernaron. Lo único que sobrevivió de su pasado eran las peroratas de su padre y el viejo disco 'The Dark Side of the Moon'. Es cierto que su procreador se fue pero el legado fungió de piloto y contaminante. La doctrina fue categórica.

En ese contexto, descubrió la caducidad de los hechos, la fugacidad de los lazos y se enlodó de dudas innecesarias. Un día es edénico; el siguiente, caótico pero lo resolvió lúcido y ágil. Se desvinculo de la angustia y se dedicó a predicar su bagaje cultural. Ese método para aprisionar. Esa habilidad para adoctrinar. Quería embriagarse de acólitos, como su padre lo trató. Así, desvirgó el imperioso acto de atender y de concentrarse realmente en lo sustancial, en nada. Solo en él.

Su inseparable rebeldía y sesgado juicio sanguíneo lo volvió un determinista. Osciló entre las bonanzas y calamidades de la vida sin ningún filtro o sedante. Gozó y padeció. Desmitificó la filosofía de su padre pero la imitó sutilmente. No tenía identidad y en ese pasatiempo, canjeó el blindaje familiar por hábitos ligeramente impropios. Un hedonista por excelencia. Libros, cerveza, anarquismo y antidepresivos, fueron sus promotores principales.

Pero hubo un problema, el futuro. Al estar colmado de breves apariciones, experimentó una empatía selectiva que, junto a su desarrollada capacidad para detectar rompecabezas, agudizó la destreza en un profundo desinterés por el prójimo y como una carta atravesando el océano se entregó al azar de sobrevivir en el resto o no.

En esa disyuntiva, deliró en la idea de usar al cuarto poder como conducto de supervivencia. Un oficio omnívoro que consentía lo inhumano a cambio de un olfato avanzado. Total, las leyes le daban autorización inmediata. A partir de ese instante, coqueteó y consolidó como profeta el porvenir. Su padre Ernesto era periodista. No lo recordó o fiel a su poderosa y enfrascada vanidad, lo olvidó.

Lo hizo. 'Fede', como alguna vez, le dijo su padre, ya tiene 30 años y, a pesar, de ser un hombre de impetuoso confinamiento, decide recorrer los atiborrados jirones del Centro de Lima que atestados de sudor informal y estatal, lo derivaron a un atajo hasta aterrizar en la plácida y paradisíaca, Plaza Francia. Salía de trabajar de un Diario. Su rubro, la nota roja. Su banda, Pink Turns Blue. Su poeta, Allen Gingsberg. Su libro, Ecce Homo; su virtud, la indecencia; su defecto, Él.

Se le cayó la credencial. Levanta polvo del piso escarlata. Continúa. Lo acompaña un 'apianado' firmamento salpicado de nevado suspendido que atisbaban enmudecidos como sufría esa humillante melancolía, ese vértigo existencial, la paranoia de sus mandamientos y la inutilidad de sus certezas. Eso emanaba él, ahora, como un adulto rabioso.

Se sentó. Se distrajo.

"Un retoño se echó a llorar tras caer de un poyo. Un borracho fue asaltado por un par de cleptómanos. Una anciana, ante la descortesía de los conductores, no podía cruzar la pista. Un proxeneta deambulaba por Rufino Torrico. Un hipersexual de ropa ostentosa acosa a los estudiante de la 'Villa'. Los libreros entusiastas anunciaban sus mejores copias".

Sonrío. No había sangre pero fue usurpado por el inconmovible deseo de escribir. Su cabello recogido se desordena constantemente con el viento. Lo arregla. Saca su libreta y un bolígrafo amarillento. Cuando asoma el tacto para plasmar lo contemplado, su insuficiencia retentiva eclipsó cualquier suerte de 'entrada' para su texto. Padeció una inoportuna y extraña amnesia transitoria.

Eso, le disgustó. Distanció visualmente a sus congéneres. Meditó ante la oscuridad de su mente pero una luz astral rayó su letargo. Al frente, había un 'barcito' maloliente, colorido y de procedencia inexacta. Entró y se orilló en una mesa redonda. Una fémina de estéril acervo discursivo pero de extremo cuidado estético, le acaricia el miembro y le propone intercambiar flujos a cambio de veinte soles.

Bondú, está abstraído, enojado y cuerdo pero accede. Caminando hacia al hoyo encortinado escucha una conversación. "Director de Televisión fue acribillado en el Jr. Ancash". Despertó del sopor. El sexo era inútil pero se bebió la cerveza. Se revitalizó. Se deshizo de la meretriz. <<Volveré>>, le dijo. <<¿Te espero desnuda?>>, responde. <<Si quieres>>.

Pensó en volver al Diario pero tenía la cámara, así que, se dirigió a la escena del crimen.

Usa jean y casaca de cuero pero estaba liviano y veloz. Se coloca los audífonos, pone 'Las Valquirias' de Wagner y corre cavilando la posible razón del tiroteo. Todos estorban. Empuja a los transeúntes. Lo insultan, se estimula. Le complace ser enfrentado.

Ahora que piensa que todos están contra él, libera adrenalina. Mientras cruza el Jr. Emancipación, recuerda que quiso ser abogado y no periodista. Está a dos cuadras de la Plaza Mayor. Ve a un niño comiendo un pedazo de pizza con su hijo. Recuerda a su padre. Siente la nostalgia y la melancolía, el genio se enciende. Son los paliativos propicios para despertar su sagacidad.

Diez pasos. Llega. Está la Policía, la Prensa, los curiosos, los beodos; a unos pasos, la Casa de la Literatura, la destartalada Iglesia La Soledad. Intenta escabullirse para sacar fotos. "Era un señor fornido, alto y de cabellera plateada que salía del Restorán 'Incanto', llega a escuchar Fedérico Bondú. Está tenso pero enardecido.

Por fin, elude la marea. En una milésima de segundo recuerda que olvidó preguntar el Medio del Director. Renueva sus dudas. Volvió el niño irresoluto. La atmósfera muy desasosegada, lo oscurece.

Bordea al occiso. Alista su cámara. Sabe que debe ser rápido. Modo Automático. Levanta la sábana. Ve un hombre parecido a su padre tendido en el suelo, es su padre. Agujereado, ensangrentado y estático. Los policías no reconocen al hijo del finado. Su reacción, los confunde. Una profunda abnegación se hospeda. No hay llanto, hay silencio. Piensa en el tiempo. Han pasado diez años.

Siempre, quiso ser cómo él. Otras veces, deshacerse de él. Hoy, pudo obrar por los dos frentes y en un breve agasajo recitó que 'La razón no tiene sentido cuando se persigue un episodio contranatura. Si no es tu dolor, respira; no suspires'. Tomó la foto y se fue.

Por: @TonyTafur

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Mientras Agonizo

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