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Relato: Un hombre triste (I)

Publicado: 2017-05-28

Me dirijo a usted con la licencia de un hombre triste. Y esta carta es la única forma en la que me puedo comunicar con cordura: acá no tartamudeo, mis ojos no pierden su órbita y puedo pensar en una respuesta inteligente que nunca digo en persona. Cuando se me acercan, provoco el vómito con cualquier mínimo ademán o facción que hago. Así que les contaré mi triste historia y ruego que me perdonen la extrema confianza. También soy un hombre solitario y es acá donde puedo ser yo mismo. Observo mucha felicidad, pero no la siento. Hay tantas personas sensitivas que la empatía es ya un cliché que debo evitar. Y si no pienso en matarme es solo porque en mi tristeza he hallado la tranquilidad que nunca pensé conocer.  

Con decirles, queridos lectores, que hasta las personas que no me conocen, saben que soy un hombre triste. Saben que yo no camino, rapto. No hablo, escupo. Cuando miran mis ojos, ven a un lobo enjuto empotrado en una cueva al borde del delirio. No tengo fantasías porque las he cumplido todas. Y no me jacto de ello porque soy simplista. Me explico: las fantasías para mí son cosas sencillas: beber una cerveza, caminar de madrugada por calles que recorro despierto y decir una que otra cosa coherente. En ese sentido, las he cumplido todas al pie de la letra. Dicho esto, no será difícil suponer que tampoco tengo aspiraciones.

Si es que despierto y salgo de la cama, es porque me baño. Si la ducha fuese una acción que se realiza para sacar la mugre que me carcome, no saldría jamás. Pero para mí, ducharse es una forma de expulsar la pereza y empezar el día con la cotidianidad de un citadino. Antes, cuando era joven y bello, disfrutaba todo ese flujo de agua en mi cuerpo. Me sentía en un santuario para vaciar la mente y recrear escenarios. Ahora me contento con unos cuantos minutos. Tal vez soy tan bueno que contesto hacia lo que llaman calentamiento global. Ahorro mucha agua en duchas, pero las gasto en los bares. No me conocen aún: soy muy contradictorio. Puedo asegurar algo que, a los minutos, puedo desechar. Ya saben, ante todo, soy un hombre triste.

Antes era ambicioso, pero he perdido todas mis virtudes. No tengo orgullo, no entiendo la ética y desconozco el sentido de moralidad. Pero igual me considero buena persona. Solo me hago daño a mí mismo. Y si me dan licencia para desgraciarlos, siempre trato de hacerlo con elegancia. Pues, sin querer, he fortalecido corazones y acorazado algunos sentimientos.

Algunos creen que mis manchas son coloridas o que me persigue una estela de genialidad. Pero no. He fracasado en casi todo lo que me he propuesto y el éxito solo lo saboreo cuando duermo en mi cama. Un reciente Nobel de Literatura decía que dormir era como ir a una fiesta, donde se encontraba con personas que ya no existían o nunca existieron. Hay personas que pueden controlar sus sueños y que sueñan cosas distintas todos los días. ¡Qué prodigio! Yo siempre sueño tres o cuatro cosas. Toda mi vida es repetitiva hasta cuando no la vivo.

Mentiría si es que digo que no he tratado de ser feliz, mi risa compulsiva me delata. Y muchos me han tildado de bufón con muchas razones que no puedo contrarrestar. A veces finjo y me pongo un antifaz soberbio. Sería un gran actor si tan solo pudiese controlar mi lengua. Los tartamudos como yo tienen que concentrarse el triple de lo usual para esbozar una simple oración. En un mundo en donde las chicas creen todo lo que le dicen y la belleza del varón se encuentra en una buena charla, los tartamudos no tenemos opción de relacionarnos. Ya saben, soy un hombre triste. Pero, a pesar de eso, en algún momento de mi adolescencia fui talentoso. Era de los tartamudos que aprovechaba su defecto para cortejar: me hacía el tímido, tartamudeaba cuando las pausas eran desagradables o sonreía con una mirada cabizbaja para que me pregunten cómo estoy. Mi verdadera fortaleza era la habilidad cósmica de hablar demasiado sin que me entiendan, pero con la seguridad de que yo mismo lo hacía. Parecía inteligente y me sentía más como un sociópata altamente funcional.

Pero, queridos lectores, nunca fui feliz. Intenté comportarme como los demás para ocultar mi tristeza. A simple vista pareciese que no tengo fuerza física, solo espiritual. Y de espíritus no se nada. Tampoco conozco el quehacer humano. Por eso, necesito beber para resistir la charla y a las personas. He visto las películas, he leído los libros y escuchado la música necesaria para confundirme con ellos. Eso sí, nunca pude soportar el fútbol. Por eso, en cada reunión, intentaba libar de todas las copas hasta llegar a olvidar días enteros: he sido uno mismo con las barandas de los carros, he escapado de la jauría y despertado en arenales. Solo me pertenecen las migajas y los retazos. Los no pocos secretos que me han confiado, están a salvo conmigo, porque no recuerdo ninguno. Diría que salir conmigo es engordar las llagas o crear unas nuevas. Soy tan maleable que puedo ser el mejor amante y el rey más austero. Puedo acostumbrarme al caos y los silencios, vivir sin éxtasis y cristalizar la muerte, lamer el fuego y apoderarme del cielo. Pero no puedo acercarme a personas carentes de pasión, aunque yo no tenga ni una.

*Continuará...



Por Marquiño Neyra (@AndyNeyraY)


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Mientras Agonizo

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