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Letras Lobotomizadas

El lóbulo frontal es un frasco que contamina pero, también, rejuvenece.

Publicado: 2017-06-05

Asegura que se llama Emilio. Va a enseñar con camisón verdoso militar, pantalón color caoba y zapatos de punta cuadrada pero se percibe enbatado. Es docente de Geografía en un colegio particular y, raras veces, fuera de las aulas. Siempre quiso ser literato, un vaporoso canal para los genios.   

Sale de casa. Hoy, no volverá. Se acerca a la puerta, voltea y como frecuente ritual parte sin despedirse. Un par de libros, bolígrafos y muchas libretas. Sacudir la lengua para escupir saberes es su cualidad más deteriorada. Confunde. Su amplio bagaje cultural y personalidad contraída exhibe los rasgos del típico gestor de impresiones sedadas, pues, cada vez, que es elogiado suele escabullirse en el mutismo. Un prófugo vicioso.

Por ratos, gélidos vientos y ruido solar, no desconciertan su neutralidad. Cruza los bosques. Hay una sensibilidad exiliada que lo enfrasca. Siente que sus piernas, últimamente, tiemblan y pierde el ritmo. Recurre a la angustia para ausentar las certezas, como fiel exploración que adormece. El camino es breve y ablanda el paso. No quiere llegar.

Se asoma a la indiferencia de las pequeñas casas adoquinadas con piezas escarlata. Continúa hasta salir de la ciudad. Quiere sorprenderse, aunque, piensa que la catarsis propuesta no es el antídoto. Quizá, debió rechazar el escaso y poderoso altruismo que lo corroe. <<Sal del confín de las amnesias>> reclama, sin sentido, su mente. Trata de pasar desapercibido entre personas que no salen de su casa. Lo logra.

Considera patológico su acento gesticular. Tiene dudas. Su paso levitante es turístico. Tan insobornable e imperceptible. Decide cercenar el uso de la razón y se refugia en la abstención de los compromisos. Omite cualquier contacto. Busca profanar al destino. No es creyente pero se divierte al defender el credo de los promedios como el punto álgido entre la teoría y el empirismo, las clases medias que hacen metástasis, los alumnos modernos y su pragmatismo y el ascenso de los desposeídos a una vida habitual.

Él, cree que no tiene nada que decir pero es perseguido por acólitos enmascarados. Se considera un sujeto tácito, aunque, es un verbo ávido y renuente.

Suele despojarse de los rigores sociales para bucear en el absorto fatalismo. Crea una comunión con sus llagas para curarlas y volver a agujerearlas porque el dolor es su evangelio. En sus ademanes hay un hombre resignado, un incontrolable dipsómano en sus ratos muertos. Encierra un halo de misterio que contagia.

Surge entre el camino. La arena lo roza pero no lo siente. Ve al gigante entre púas y señuelos. Se acerca. Atraviesa enfiladas marañas de uniformes reforzados y rostros teñidos del color de su afranelada camisa. Como un espectro lidia con la invisibilidad y el enredo de insignificantes diálogos. Sacude el bolsillo y saca un cigarrillo empalidecido. No lo fuma. La muchedumbre es abundante; él, un vacío.

Camina y se detiene involuntario sobre el fango de un pasado borrascoso. El raso de su corteza se inquieta. Silencio. Se oye una ráfaga de disparos. Se asusta. Santiago aparece y le advierte, entre risas cómplices, que su Joaquín tenía el rostro plagado de erupciones y que, Alejandra, había fornicado con el de Redacción. Reconocía que, aunque, el muchacho, era una incógnita, desvirgaba cierta tensión bajo un arte conocido y desconocido, a la vez, de la palabra.

Un chispazo. Recordaba a 'Santi' como un asteroide ignoto que pululaba en la oscuridad. Alguien que padecía la inflexibilidad cognitiva de Ernest Hemingway y la formidable rebeldía de Honore de Balzac. Así, Emilio, de pronto, lo recordó. Los segundos eran eternos. En ese recorrido introspectivo y el premonitorio pavor de los futuros. Siempre perfiló a ver en el resto, especialmente, en esa ‘consecuencia’ de procedencia inexacta, la esencia extraviada. Por eso, era profesor pero, extrañamente, de Geografía y no de Literatura. Como un sueño mal contado.

Voltea, tras la inexplicable reminiscencia; nadie.

Santiago, camina siempre de su habitación al vestíbulo. Grita, gime y golpea. Se hospeda en un Instituto de rehabilitación. Tiene bata. Ahora, tras el típico calco inacabable de su remota aspiración estira, otra vez, las piernas en su incómoda cama. Tres médicos lo sedaron.

Cuando era profesor, al intercambiar golpes con un ordinario esnobista chileno, tras ser desaprobado por el público en tierras sureñas, resbaló de un estrado y cayó de cabeza. Dormitó cuatro largos años. Al despertar, se le entregó la revista 'Amaru' donde lo primero que adoptó fue 'Emilio'. Ahora, tras veinte años, 'Santi', entre tantas invenciones inmortales, siente la nostalgia de un pasado admitido pero no lo sabe.

El lóbulo frontal es un frasco que contamina pero, también, rejuvenece.


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Mientras Agonizo

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